Bienvenido, Santo Padre, en esta su tercera Visita a España, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud 2011. Sin duda, esta nueva Visita es una muestra de especial predilección por nuestro país, por lo que, lo primero que debemos manifestarle, junto a la bienvenida, es nuestra gratitud por ello.
España, al igual que el conjunto de Europa, tiene unas profundas raíces cristianas que han conformado, de forma decisiva, a lo largo de un dilatado período de siglos, nuestra identidad histórica como nación.
Vivimos unos momentos de la Historia en los que las relaciones entre la comunidad política y la religiosa deben basarse en el principio de una sana laicidad, entendida como separación entre ambas realidades, pero con un particular reconocimiento del hecho religioso y la necesidad de una adecuada cooperación entre la Iglesia y el Estado, en aras del bien común del hombre y de la sociedad.
La Jornada Mundial de la Juventud va a ser un gran estímulo para los miles y miles de jóvenes españoles -y de todo el mundo- que acudirán a Madrid este agosto, quizá desencantados por la actual situación económica y profesional, y que van a tener la oportunidad de vivir una experiencia -nueva para muchos de ellos- y que puede permitirles descubrir un nuevo sentido para sus vidas.